En este libro, José Luis Sampedro nos relata los últimos días de la vida del anciano
Bruno, que, enfermo, se muda a Milán con
su hijo, su nuera y su nieto. El niño, aún bebé, despertará en él nuevos
sentimientos hasta ahora nunca sentidos.
Durante este tiempo, el protagonista critica la ciudad, sus
gentes y su maldad, rememorando continuamente su tierra del sur de Italia y sus
vivencias. La obra es un espejismo de la sociedad a través de los cristalinos
ojos de un hombre que ya ha recorrido un largo camino. Las pasiones y amores de
su vida, por ejemplo, que evolucionaron desde la rudeza (su primer amor, Dunka,
era una mujer dura, valiente y fuerte, como él) hasta la ternura, con la sencilla y dulce
anciana que conoce en Milán y con quien emprende una relación distinta a todas
las anteriores, llena de silencios, miradas y sobre todo ternura. Ternura es
también el sentimiento que empezó a burbujear en él cuando vio por vez primera
a su nieto, también llamado Bruno. Por él es capaz de dormir en el suelo todas
las noches, junto a su cuna, protegiéndolo; y por él anidaron en el anciano pensamientos como que envidiaba las delicadas
manos de las mujeres, capaces de abrochar los botoncitos de la chaqueta de su
adorado Brunetito, frente a sus rudas manos. E incluso por él-por conservar a
su alrededor la paz y la tranquilidad- obedece y acata las decisiones de su
nuera. Esta es la base de la novela,
recuerdos que se entremezclan en el tiempo de la narración, sentimientos enfrentados
y cambio, un grandísimo cambio…
Nuestro querido abuelete conoce y experimenta en una nueva
tierra junto a un…mejor dicho, junto a dos nuevos amores y emprende nuevas ilusiones
y sueños, como que su nieto lo llame nono, o llevarlos a él y a su “novia” al
sur, a su pueblo, aunque por desgracia solo se cumple lo primero y en su lecho
de muerte.
En definitiva, las ideas que florecen en esta bellísima
historia son la evolución de las personas como tales, sus ideas, sueños y
sentimientos; que nunca es tarde para empezar, de hecho, Bruno comenzó a soñar y sentir nuevas cosas en una época
tardía, tras una vida intensa y plena; y
por último, el paso del tiempo y la pena que ello conlleva. Desde él mismo, que
reconoce sus manos temblorosas y
arrugadas como un papiro viejo y gastado - aunque aún útil para narrar una
última historia-, hasta su hijo, que lo mira y reconoce en él al hombre fuerte
y rígido que fue comparándolo con la bolsa de arrugas y monerías que es ahora,
sin haber perdido ni pizca de virilidad. Es una obra preciosa, que nos hace
meditar sobre el paso del tiempo y la debilidad de las personas, por muy duras
que parezcan.
Pilar Castro García. 2º de Bachillerato A
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